Una orquesta contra la desinformación

Foto Maldita.es: https://maldita.es/malditobulo/20210302/twitter-enfurecida-mujer-carla-angeli-feminista-no-tener-hijos-violador-en-potencia/

“Me niego a tener hijos” porque “no estoy dispuesta a criar a un violador en potencia”, podemos leer en una captura de pantalla que se viralizó el 2 de marzo de 2021, pocos días antes del Día Internacional de la mujer. En pocos segundos, se podría hacer una búsqueda en Twitter y descubrir que se trata de una cuenta parodia y “fake”, aunque sus tuits se viralizan como si fueran de una feminista real. Otra opción sería digitar el nombre de la cuenta “@enfurecidamujer” en un buscador: una inversión de cinco segundos que nos permitiría constatar que se trata de un perfil dedicado al “humor negro” y evitar compartirlo como si fuera una declaración feminista. Frenar, pensar y verificar son las claves para evitar amplificar la difusión de gran parte de los bulos que nos llegan diariamente. Sin embargo, si queremos transformar de verdad el ecosistema desinformativo actual, aprender a verificar no es suficiente: tenemos que trabajar el pensamiento crítico y aprender a hacer (y a hacernos) muchas preguntas.¿Por qué se desinforma? El humor y la ironía están muy bien, pero sacados de contexto, ¿reforzarán ideologías? ¿Qué intereses tienen en contra del movimiento feminista los que viralizan esta foto a sabiendas?

Son algunas de las preguntas que nos podríamos hacer a partir de ese tuit sacado de contexto, cuyo proceso de verificación no podría ser más sencillo. Los bulos creados a partir de motivos ideológicos son probablemente los más peligrosos, se fabrican para distorsionar nuestra realidad y, gracias a la arquitectura de las redes, aumentar la polarización. Sin la confrontación de las diferencias, es imposible entrenar el pensamiento crítico y, poco a poco, vemos minada nuestra capacidad de analizar y separar lo que es, de lo que aparenta ser.

Durante los últimos meses, a raíz de la pandemia de la Covid-19, hemos visto la Alfabetización Mediática e Informacional (AMI) nombrada innumerables veces como la vacuna que debería ser administrada para combatir la desinformación. Regular las plataformas, invertir en fact-checking e incluir en los currículos oficiales formaciones más específicas y estructuradas, temas igualmente importantes y urgentes, tuvieron menos protagonismo mediático (quizás porque exigirían implicaciones económicas y políticas más delicadas).

La “vacuna AMI” no está patentada y no presenta efectos adversos: aprender a leer, seleccionar, evaluar y contextualizar el contenido que nos llega, en distintos medios y formatos solo trae beneficios. En este escenario, la AMI inocularía conocimiento sobre el sistema informativo y nos prepararía para identificar bulos y elegir mejor nuestras fuentes.

La AMI, sin embargo, no puede ser trabajada a partir de una perspectiva instrumental y preterir su responsabilidad crítica y su constitución colectiva. Una formación mayoritariamente técnica, que no incluya el desarrollo del pensamiento crítico y una comprensión cultural amplia, no prepara a los ciudadanos para, a través de sus elecciones, atajar la desinformación. Obviamente, es muy importante aprender a identificar los bulos, conocer el trabajo de los verificadores para poder contrastar la información sospechosa y entender los objetivos de los creadores de los bulos. Sin embargo, ese conocimiento jamás será completo si no se construye a partir de la crítica que lleva a la acción.

Una formación en AMI enfocada a combatir la desinformación tiene que incluir un análisis sobre el lenguaje de los bulos y de cómo estos se aprovechan de nuestros sesgos y emociones para viralizarse. A la vez, debe cuestionar todo el ecosistema desinformativo que nos lleva a la fragmentación epistemológica actual: entender que las mentiras orquestadas tienen como objetivos recurrentes transmitir la idea de que la verdad es incognoscible y generar dudas sobre cómo accedemos al conocimiento, difuminar las fronteras entre opinión e información y fortalecer la polarización política.

En este sentido, la AMI no puede esquivar su labor axiológica: no puede evitar hablar de valores, de ética, de la sociedad que queremos construir (y de la necesidad de hacerlo críticamente). Esta construcción colectiva es precisamente uno de los pilares de las Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación (TRIC). Esta línea de investigación, heredera de la tradición de la educomunicación, nace del deseo de superar el determinismo tecnológico de las Tecnologías de la información y la comunicación (Tics) añadiendo una “R” que es el Factor Relacional.

Las TRIC contemplan nuevas posibilidades de participación para todos, participaciones que son, simultáneamente, analíticas, críticas, creativas, éticas y estéticas. La R también contiene en su semilla el grano de las multialfabetizaciones que germina en las zonas de intercambio, entre cada uno de los coautores o mediadores y el contenido digital abierto e inacabado. En su base teórica, está el conectivismo, que nace del modelo pedagógico constructivista, al cual se añaden habilidades, como las de asociación y ubicación de contenidos (información), al proceso de construcción activa y reflexiva del conocimiento. Esta actualización pretende llamar la atención sobre la falsa dicotomía entre mundo online y mundo offline (cada vez menos disociables) e imponer cambios en los papeles tradicionales de estudiantes y educadores. Los profesores serían cada vez menos instructores y más guías de apoyo, un cambio que implicaría abandonar el tradicional esquema comunicativo basado en emisores y receptores por el de “orquesta”.

La metáfora de la orquesta es precisa también cuando hablamos  de la lucha contra la desinformación: para frenar las mentiras es necesario un trabajo conjunto entre verificadores, plataformas, técnicos, políticos y cada uno de nosotros que consumimos y producimos información diariamente.[1] Entender los múltiples formatos y objetivos de la desinformación (y la importancia de atajarla para juntos construir un ecosistema informativo múltiple y democrático) solo es posible a partir de un esfuerzo colectivo.

Un trabajo que, volviendo al ejemplo inicial, nos permitiría identificar que “@enfurecidamujer” es contenido sacado de contexto y saber verificarlo. Seguiría con la comprensión de que esta cuenta troll es parte de un grupo de cuentas machistas que se hacen pasar por feministas para desacreditar el feminismo e intoxicar el debate público. Y no acabaría sin un trabajo creativo y crítico que generara muchas preguntas, idealmente las preguntas que, más que interpretar el mundo, nos llevasen a actuar para cambiarlo.

Autora: Vivian Rangel. Periodista especializada en Alfabetización Mediática.

[1]  En este sentido el trabajo de Maldita con su comunidad es el ejemplo perfecto: la comunidad participa donando apoyo económico (y garantizando la independencia de la fundación), donando “superpoderes” o actuando como fuentes especializadas que se involucran directamente en el proceso de verificación de hechos. También son los usuarios los que garantizan el éxito de la detección temprana de los bulos virales a través de la herramienta del chatbot, enviando bulos para verificación o buscando desmentidos. https://comunidad.maldita.es/u/comparte-superpoderes

José Antonio Gabelas y Carmen Marta-Lazo
José Antonio Gabelas y Carmen Marta-Lazo
José Antonio Gabelas-Barroso. Profesor titular de la Universidad de Zaragoza. Creador del Factor Relacional y las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación). Carmen Marta-Lazo. Catedrática de la Universidad de Zaragoza. Creadora del Factor Relacional y las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación).

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