Un estudio comprensivo e inclusivo hacia el uso saludable de las TRIC
El año 1989 trajo consigo una serie de cambios y eventos que condicionaron los años posteriores de forma notable, algunos de ellos con un impacto inimaginable. De hecho, algunos historiadores lo citan enfáticamente como el año que comenzó el siglo XXI (Hobsbawm, 1997). La caída del muro de Berlín, la matanza de estudiantes en Tiananmen, el premio Nobel la Paz para el Dalai Lama, son algunos ejemplos de momentos e imágenes que marcaron un tiempo.
Este deslumbrante compendio de hitos pudo eclipsar otros, pero no por ello su repercusión fue menor. Internet, entendida como red global, se diseñó a mediados de los setenta y entró en funcionamiento en 1983. Sin embargo, no fue hasta marzo de 1989 cuando el investigador británico Tim Berners Lee describió en un informe el protocolo para la transferencia de hipertextos, lo que un año después sería la World Wide Web.
La Web, esa maraña de documentos e interacciones tecnológicas que conforman, condicionan y modelan quizá la principal forma global de acceder a la información, comunicarnos y relacionarnos en el mundo contemporáneo.
También en 1989, por primera vez la comunidad internacional reconoció a niños y niñas como sujetos de derechos. En Naciones Unidas se aprueba por unanimidad la Convención sobre los Derechos de la Infancia, que pone de manifiesto que los niños no son meros proyectos de futuro sino personas con plenos derechos, valiosas en sí mismas y en cada una de las etapas de su crecimiento y maduración. Este planteamiento supone una transformación del enfoque tradicional que les atribuye el papel de receptores pasivos del cuidado protector de los adultos para reconocerlos como protagonistas activos, con derecho a participar en las decisiones que afectan a sus vidas. Se convierte en el tratado de derechos humanos más ampliamente ratificado de la historia (solo falta la adhesión de Estados Unidos) y, por tanto, todos los estados deben emprender de manera obligatoria la modificación de sus leyes y normas para adaptarlas a este nuevo paradigma. Se dota de un órgano, el Comité de Derechos del Niño, para evaluar el nivel de cumplimiento de los Estados de forma periódica, que a su vez publica recomendaciones y actualizaciones a medida que los tiempos avanzan.
Estos dos fenómenos, que rondan las cuatro décadas de vida, se cruzan y llevan a plantearnos cómo nuestra ocupación de los espacios virtuales y las relaciones que en ellos suceden afectan a los derechos humanos en general y a los de la infancia en particular. En la primera formulación de los derechos de la infancia no podíamos imaginar hasta qué punto iba a impactar la tecnología en la vida de niños, niñas y adolescentes. Así, el Comité de Derechos del Niño ha publicado recientemente la Observación General número 25 (2021) relativa a los derechos de los niños en relación con el entorno digital que considera en su introducción que “el entorno digital reviste una creciente importancia para casi todos los aspectos de la vida de los niños, entre otras situaciones en tiempos de crisis, puesto que las funciones sociales, como la educación, los servicios gubernamentales y el comercio, dependen cada vez más de las tecnologías digitales “. Alerta además de que “los derechos de todos los niños deben respetarse, protegerse y hacerse efectivos en el entorno digital. Las innovaciones en las tecnologías digitales tienen consecuencias de carácter amplio e interdependiente para la vida de los niños y para sus derechos, incluso cuando los propios niños no tienen acceso a Internet. La posibilidad de acceder a las tecnologías digitales de forma provechosa puede ayudar a los niños a ejercer efectivamente toda la gama de sus derechos civiles, políticos, culturales, económicos y sociales. Sin embargo, si no se logra la inclusión digital, es probable que aumenten las desigualdades existentes y que surjan otras nuevas”.
Añadamos a todo lo mencionado la llegada de la COVID-19. La emergencia sanitaria no ha hecho más que acentuar los retos a los que ya se enfrentaba la infancia y a una brecha digital como manifestación de una brecha socio-económica que perpetúa la inequidad y lastra la justicia social.
Es en este contexto en el que desde UNICEF España nos proponemos aportar al debate un diagnóstico riguroso que permita la reflexión informada sobre el impacto de la tecnología en la infancia. Para ello conformamos una alianza con la Universidad de Santiago de Compostela y el Consejo General de Colegios Profesionales de Ingeniería Informática para realizar un informe a partir de una macroencuesta en la que han participado más de 50.000 adolescentes españoles de entre 11 y 17 años. Todo ello para que podamos avanzar como sociedad hacia un uso saludable, equilibrado y responsable de las tecnologías. Esperamos poder construir desde esta base, un entorno seguro, que respete las etapas de desarrollo y las oportunidades de niñas, niños y adolescentes en el entorno digital, y que les permita aprovechar este espacio de participación, información y generación de relaciones.
Cabe destacar la aportación de los profesores José Antonio Gabelas-Barroso y Carmen Marta-Lazo sobre la importancia del Factor Relacional, que hace necesario el cambio de paradigma de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) hacia las Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación (TRIC) (Marta-Lazo y Gabelas Barroso, 2016), con una relevancia notable en momentos clave del desarrollo de la identidad y la personalidad como son la infancia y la adolescencia.
Como resultado, publicamos el estudio Impacto de la tecnología en la adolescencia. Relaciones, riesgos y oportunidades (Andrade, B., Guadix, I., Rial, A. y Suárez, F., 2021). Madrid: UNICEF España) donde como principal hallazgo nos encontramos con que las tasas encontradas de una posible adicción o uso problemático son preocupantes, especialmente en lo referido a redes sociales y a videojuegos que podría estar afectando a 1 de cada 3 adolescentes y a 1 de cada 5, respectivamente. Otras conclusiones quedan resumidas a continuación:
- Es indudable que la tecnología forma parte de la vida de los adolescentes, que hacen un uso generalizado de Internet, las redes sociales e innumerables aplicaciones, en muchos casos de manera intensiva, lo que puede implicar una interferencia seria en el día a día y en su desarrollo personal.
- El uso de la tecnología supone un aporte trascendental tanto a nivel social como emocional para un adolescente. Encuentran a través de ella un surtidor de afectos y experiencias sin el que hoy es muy difícil vivir.
- El uso globalizado de la Red implica una serie de riesgos que no debemos obviar y que quedan retratados en preocupantes cifras de sexting, contacto con desconocidos y posibles casos de grooming.
- La lucha contra el acoso escolar y el ciberacoso debe ser una prioridad. Las tasas de victimización encontradas, sensiblemente mayores que las que recogen las estadísticas oficiales, así lo indican.
- El uso de videojuegos constituye uno de los principales canales de ocio de las nuevas generaciones, que puede tener importantes implicaciones a nivel de salud mental y de convivencia. Muchos adolescentes podrían estar haciendo un uso intensivo y sin supervisión de videojuegos no recomendables para su edad.
- Aunque las cifras son reducidas, en España hay miles de adolescentes que han comenzado a apostar o jugar dinero online, lo que multiplica el riesgo de desarrollar a medio plazo una ludopatía.
- En contraposición, llama la atención el escaso nivel de supervisión que parecen estar ejerciendo madres y padres, no del todo conscientes de su papel como modelo en el uso de las pantallas.
Con el panorama reflejado en el estudio cabe hacer un llamamiento a los agentes que tienen responsabilidad y capacidad para promover una adecuada higiene digital que permita garantizar el uso seguro, responsable y crítico de la tecnología por parte de niños, niñas y adolescentes.
Un acompañamiento activo por parte de las familias, el desarrollo de las competencias digitales y de las ciudadanas por parte del sistema educativo, las necesarias medidas de protección que deben promover las administraciones así como una industria que ofrezca productos y servicios con los más altos estándares éticos serán claves fundamentales para el bienestar de la infancia y por lo tanto para la construcción de la sociedad que se comprometió en un lejano 1989 a hacer un mundo mejor para la infancia.
Nacho Guadix García
Responsable de Educación y Derechos Digitales
@GuadixNacho
UNICEF España