Me han pedido una ponencia sobre creatividad y empresa en las Jornadas Internacionales “Del entorno académico al medio profesional. Investigar y emprender en la comunicación” que se celebran en Zaragoza la próxima semana. Enseguida me vino un estudio de caso: S. Jobs. Su desaparición en USA sólo es comparable con la muerte de J. Kennedy.
De las muchas lecturas que admite la figura de S. Jobs, cofundador de Apple, hoy nos centraremos en su visión. Muy simple: asoció un dispositivo móvil a un teléfono, para “estar” conectados.
No ha sido un personaje que haya pasado a la reciente historia porque sus productos fueran un éxito comercial (que también), sino porque hicieron “feliz” a la gente. ¿Miedo al fracaso? No. Abandonó la universidad por un garage. Dejó Apple durante 12 años. A la primera volvió en su célebre discurso de Stanford 2005. Y a la segunda, regresa como gran triunfador. ¿Creativo, emprendedor? Si= grandes apuestas, grandes riesgos.
La manzana ha conectado emocionalmente con los ciudadanos, porque Jobs puso pasión en su trabajo, en su empeño, en su proyecto, superando las cuatro bestias negras de la creatividad (conformismo, rutina, miedo al fracaso y miedo al ridículo), lastres que en la cultura latina siguen pesando pero que los anglosajones hace tiempo que se sacudieron.
“La clave para el cambio y la innovación no está en el chip, sino en la neurona“. Creatividad e innovación forman parte de nuestra red sináptica. Es posible, que en nuestras aulas, hayamos declarado como torpes o fracasados a chicos y chicas que todavía no han encontrado su “pasión”, como señala Robinson en su libro “El elemento”. La tiranía del CI (cociente intelectual) continua decidiendo demasiadas cosas en la educación. Matt Groening, dibujante de los Simpson, o Paul Samuelson, premio novel de economía, son algunos de los muchos ejemplos, de alumnos que fracasaron en la escuela porque no se pudo o supo encontrar su “elemento”
La curiosidad y la intución es otra de las órbitas por las que circula a gran velocidad la creatividad. Nuestro personaje eligió muy joven las clases de caligrafía, sin ninguna aplicación práctica. Pero diez años después creó el Mac. Las conexiones funcionaron entre aquellos ratos grises de la caligrafía al uso y el colorido del nuevo diseño, con la nueva tipografía. Diseño y tipografía emocional.
Emprendió más allá de los convencionalismos, desde la simpleza de la creación. A golpe de detalle, como el escultor que cincela su masa amorfa de mármol. Exigió que se reemplazaran toneladas de granito que decoraban el círculo principal de la sede central de la compañía, pues su color no era el mismo que el tono del alumnio del Mac. Y exigió que la manzana que aparece cuando se enciende por primera vez el ordenador tuviera el mismo tamaño que la que aparece grabada en el marco de aluminio del Mac.
J. Mariscal se pregunta por qué el diseñador gráfico trabaja siempre con Mac. Indica en una entrevista que” desde el principio Apple nace con la filosofía que encaja con las necesidades y su modo de trabajar. Es un entorno amigo, fácil, fiable, que siempre va seis años por delante en sus aplicaciones y sistema operativo. Es decir, ha conseguido la relación emocional con la marca”