Inteligencia artificiosa

NO ES INTELIGENTE NI ARTIFICIAL 

 

El neurocientífico Miguel Nicolelis, uno de los académicos brasileños más brillantes en su campo, no se cansa de decir en entrevistas y conferencias que «la Inteligencia Artificial no es ni Inteligencia ni Artificial». 

Al hacerlo, insiste en dos aspectos. El primero es que la consistencia y velocidad de los algoritmos en la búsqueda, recombinación e interpolación de datos con salida en formatos textuales y visuales, aunque puedan confundirse con la capacidad humana, no indican autonomía cognitiva en sentido estricto. En otras palabras: no es «Inteligencia».  

El otro aspecto que critica Nicolelis es que la materia prima para procesar los sistemas digitales es el acervo digitalizado de la producción cultural humana. De esta fuente extraen las máquinas los patrones que recopilan hasta la saciedad sin crear nada verdaderamente original. En otras palabras: tampoco puede considerarse estrictamente «Artificial».

Esta hipótesis de trabajo nos hace conscientes de que si delante de nosotros hay pantallas e interfaces, debajo hay varias capas de programación, entre las que destacan los algoritmos. Y lo que es más importante, esta compleja y opaca superestructura esconde algo aún más profundo y oculto: la capa de seres humanos que la controlan mediante una cuidadosa planificación y una calculada toma de decisiones.

Parece increíble que mucha gente no se dé cuenta de que los contenidos digitales en línea no se construyeron de forma anárquica o espontánea, sino, por el contrario, obedecen a una intencionalidad muy bien definida pero casi nunca transparente. Podríamos llamar a este fenómeno «paradigma tecnológico», tomando prestada la construcción teórica inmortalizada por Thomas Kuhn en «La estructura de las revoluciones científicas».

LA TERCERA OLA 

El fenómeno del cambio de paradigma tecnológico parece repetirse en ciclos históricos cada vez más cortos, que podemos representar de forma simplificada, como tres grandes olas, siguiendo el modelo de Alvin Toffler, popularizado con la publicación de su libro La Tercera Ola (1975).  El visionario futurólogo estadounidense proponía la idea de que han existido tres grandes revoluciones (olas) tecnológicas a lo largo de la historia: la Agrícola, la Industrial y la Postindustrial, a la que denominó «Era de la Información».

La metáfora puede trasladarse a la llamada «Tercera Ola» en un dibujo de «olas dentro de la ola» que da lugar a tres movimientos sucesivos y entrelazados.

El primero de ellos comienza en la lejana década de 1940, cuando el ordenador electrónico fue llamado a combatir en la Segunda Guerra Mundial, utilizado para descifrar códigos, calcular trayectorias balísticas y otros fines dignos de un «arma secreta». 

El desarrollo tecnológico por motivos militares es una vieja tradición, pero en el siglo XX recibió un nuevo ingrediente: la transformación de artefactos bélicos en productos comerciales altamente rentables. Así, con el paso de las décadas, el ordenador pasó de ser una máquina inmensa, cara y compleja, insertada en nichos académicos (cálculos complejos, simulaciones etc.) y corporativos (finanzas, diseño y otros) a adquirir el estatus de «equipo personal indispensable», multiplicándose en multitud de dispositivos.

En el segundo movimiento, la misma lógica de cambio — de arma secreta a producto de consumo popular — tuvo lugar con la World Wide Web, la estructura integrada de sistemas digitales de información/comunicación que surgió en la década de 1960 como ARPANET y dio origen a Internet. Tras el final de la Guerra Fría, ya no tenía sentido restringir un sistema tan potente y caro a los círculos militares y académicos donde se originó «La Red». Al igual que el ordenador digital, los medios de acceso, las interfaces de control y, sobre todo, los costes de la red, tuvieron que hacerse mucho más accesibles para que la novedad se convirtiera en una necesidad, al menos para aquellos ciudadanos mínimamente alfabetizados que pudieran insertarse en este círculo de consumo.

Podemos decir que la construcción y el mantenimiento de la estructura necesaria para que la world wide web existiera dependió de la aceptación tácita de sectores de gobierno e instituciones sociales — como los medios de comunicación y el sector educativo — que abrazaron el combo ordenador/internet con más entusiasmo que crítica.

Este movimiento pareció producirse tan rápida y «naturalmente» que apenas nos dimos cuenta de hasta qué punto nuestras vidas individuales habían cambiado irreversiblemente. Más aún, el cambio se ha convertido en el elemento integrador mismo de la nueva lógica social que repercute en nuestras relaciones interpersonales y sociales. Este es el factor «R», que podemos identificar como el verdadero determinante en el tenso juego entre continuidad y ruptura en los sistemas socioeconómicos y políticos globales.

EL JUEGO DE LA OCULTACIÓN 

Así las cosas, a mediados de la década de 2020, nuestra atención está siendo secuestrada (además de nuestros datos…) por el nuevo tópico de la «Inteligencia Artificial» (IA), que se presenta como una nueva revolución tecnológica — lo que llamamos el «tercer movimiento» dentro de la tercera ola en el modelo toffleriano.

Si al principio de este texto cuestionábamos la propia semántica de la expresión, ahora tenemos que cuestionar su novedad. Aún hoy, el concepto más extendido de IA remite al famoso Test de Turing, aunque el científico que le dio nombre prefirió llamar al experimento «Juego de imitación». El concepto que propuso se refiere a la capacidad de una máquina de mostrar un comportamiento que simula el de los seres humanos hasta el punto de poder hacerse pasar por ellos. Hay que señalar que, sin entrar en las cuestiones más complejas de la naturaleza del pensamiento en sus bases biológicas y sus desarrollos culturales, seguimos reconociendo a la IA por su eficacia a la hora de emular nuestro comportamiento.

Un eventual cambio en este concepto requerirá una consolidación de la IA siguiendo las mismas fases que experimentamos en la aceptación, asimilación y dependencia de los ordenadores e Internet. Esto significa también que las prerrogativas de decisión siguen concentradas en manos de un reducido número de grupos e individuos que, básicamente, pretenden perpetuar el statu quo, siempre apoyados en la lógica incuestionable de los mercados.

Esta visión puede parecer fatalista o pesimista, pero tiene en cuenta algunos de los procesos que han tenido lugar en las últimas décadas: las redes sociales, imaginadas como ágoras digitales, se han convertido en espacios para promover el voyeurismo y el narcisismo; los canales de contenidos «abiertos» -como Youtube y los blogs- han sido moldeados por la lógica de la «monetización» y, además, los estándares abiertos (open source, Copyleft, etc.) que hicieron posible la construcción del ciberespacio prácticamente han salido de escena bajo la hegemonía de las grandes tecnológicas. Sus fundadores se han convertido en la imagen pública y personalizada de grupos económicos y políticos mucho más difusos, verdaderos protagonistas de las transformaciones tecnológicas, pero que siguen siendo seres humanos y no máquinas.         

Por último, cabe señalar que las reflexiones aquí presentadas no pretenden reconstituir ni profundizar los análisis históricos. Por el contrario, nuestro objetivo es únicamente defender lo dicho en nuestros primeros párrafos: la Inteligencia que más nos importa en estos momentos no es la que simulan las máquinas, sino la de las personas que planifican, programan y gestionan las soluciones tecnológicas que impregnan y, en gran medida, dirigen nuestras opciones vitales. 

NB. Artículo traducido al portugués 

Dr. Marciel Consani

Professor da Licenciatura em Educomunicação da Escola de Comunicações e Artes (ECA/USP)
Professor Pesquisador e Orientador credenciado no Programa de Integração Latino-Americano (PROLAM/USP)


  

José Antonio Gabelas
José Antonio Gabelas
José Antonio Gabelas-Barroso. Profesor titular de la Universidad de Zaragoza. Creador del Factor Relacional y las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación).

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