La atención es la puerta por la que asoma el cerebro. Cuando el niño nace no ve y apenas existe lo exterior, está centrado en sus propias sensaciones. El bebé nace ciego, solo percibe luces y sombras, las pupilas están débiles y sus ojos apenas se mueven. 20 centímetros es la distancia de su zona visual, los que separan sus ojos de los pechos de su madre. Pero nunca la atención estuvo tan centrada como entonces.
Flotamos en la era de la atención parcial continua. Así la llama Linda Stone, miembro del consejo asesor del MIT MediaLab. Hacer varias cosas a la vez requiere escasa capacidad cognitiva. Podemos caminar y pensar; conducir y escuchar música. Pero no podemos escuchar y escribir a la vez, porque exigen una mayor atención.
Conforme atendemos a diferentes fuentes de información, “repartimos” la atención que se dispersa y se hace más superficial.
El “por si acaso” y el miedo a “perderse algo” son constantes amenazas en la era de la saturación informativa que nos encontramos.
La tiranía de la dispersión es inercial y se convierte en rutina. Internet es la selva de los datos para la mayoría, aunque una minoría ejerce su control en un cuidadoso equilibrio entre la ingente estructura de los mismos, y su procesamiento mediante complejos algoritmos.
¿Libertad de acceso a la información? ¿El conocimiento al alcance de un clic? Sí, son dos mitos que regala muy bien la Red, y de modo particular las grandes compañías.
Siempre fue necesario estructurar y procesar la información, en las escuelas de periodismo se estudia la “agenda setting”, como teoría que explica muchos aspectos relacionados con la organización de la información y la selección de su temática. Pero nunca como hoy hubo tanta información descontextualizada como ahora. Mientras tanto, los propietarios del Big Data construyen una Web Semántica acorde a determinados intereses comerciales e ideológicos.
Para la gran mayoría queda la información basura y el constante patio de recreo en las redes sociales. A esto lo llamó “divertirse hasta morir”, N. Postman, aunque se refería a la televisión.
La bomba energética del cerebro devora información, su voracidad engulle infinidad de estímulos a gran velocidad, y exige constantes y excitantes novedades. Las pantallas móviles, ubicuas y siempre encendidas alimentan las demandas de nuestra central cerebral.
Las múltiples llamadas, alertas y alarmas del móvil envían sus píldoras de dopamina, que producen una gratificación inmediata, efímera e intensa. Pero insuficiente porque siempre necesitará más.
El impacto de las pantallas en nuestro cerebro sigue abierto. Unos como E. Dans señalan que la atención múltiple es algo que potencia nuestra eficiencia. Se trata de “una capacidad que se desarrolla y se entrena”.
Otros como N. Carr mantienen que Internet nos vuelve cada vez más estúpidos y superficiales, dificultando la concentración del cerebro. “Cada vez que encendemos el ordenador, nos sumergimos en un ecosistema de tecnologías de la interrupción.” O Gary Small en “Cerebro Digital”, que indica el desgaste del cerebro en el continuo arranque al que le obliga la Red, “los estudios demuestran que cuando el cerebro avanza y retrocede de una tarea a otra, los circuitos neuronales hacen un corto receso. Es un proceso que consume tiempo y reduce la eficacia”
Estamos en la “era de las mentes dispersas” como señala Joseba Elola y es hora de revisar muchos mitos alrededor de las redes y de Internet, entre ellos la eficiencia de la multitarea. El bien más escaso es nuestra atención, algo que no se aprende a gestionar ni en la familia ni en el colegio. Un reto.