Hemos recuperado este título del sugerente libro de Bárbara Strauch, editora de la sección de ciencias médicas y de la salud del New York Times, de quien hablaremos en la segunda parte. Comenzamos este año y este post con la mirada de Kafka.
Todos los que estamos en contacto directo con los adolescentes nos preguntamos con frecuencia cómo podemos crear un clima positivo entre adultos y adolescentes. “Mi hijo se hace adolescente” es más una voz de alarma que se corre entre los padres de boca en boca, que una oportunidad para descubrir, escuchar y acompañarles en su crecimiento.
Claro que no es un camino fácil, ni para ellos y ellas que se transforman a mucha velocidad, ni para nosotros los adultos, que ya no nos sirven las normas y las pautas de antes, porque entramos en otra fase, en la que ellos están cambiando, y nosotros también.
Este camino, como cualquier sendero dispone de baches y barrancos, pero no de atajos. Y este recorrido significa, entre otras muchas cosas, observar con detalle tres señales. El conflicto como oportunidad (1), la ventana de la empatía (2), algo más que hormonas (3). Las dos primeras serán esta primera parte, la tercera la expondremos en el siguiente post.
2. El conflicto como oportunidad, no como negación o fracaso.
No hay adolescentes problemáticos, sino sociedad problemática; tampoco fracaso escolar de adolescentes, sino fracaso del sistema educativo; ni tan siquiera, adolescentes conflictivos, sino relaciones conflictivas con los adolescentes. Esta afirmación comprende a los adolescentes, sus padres, sus educadores, las instituciones, la sociedad y la cultura en la que vivimos.
La adolescencia, como cualquier etapa de la vida, es en gran medida, producto de un contexto. Sus formas de estar y comportarse, de convivir y relacionarse, de afrontar la vida y la relación con los adultos. Javier Elzo, en el grito de los adolescentes destaca la singularidad, propia de un contexto cultural y una historia; la diversidad, que les concede un perfil diferente; y la socialización, donde las tradicionales estructuras sociales (familia y escuela), son desplazadas por el grupo de pares en un potente entorno digital.
La vivencia en estos contextos singulares, dentro de una agitada secuencia de ambientes, relaciones, encuentros y desencuentros, siempre múltiples y cambiantes, son factores que describen la adolescencia. La percepción de los adultos está conformando un concepto de adolescente. Jaume Funes, en el mundo de los adolescentes, indica muchas y complejas interacciones, así como los territorios diversos que habita la diversidad adolescente, distingue tres miradas:
- La mirada del desconocimiento de lo que son y hacen los adolescentes. Cuando se asocia adolescencia con determinadas conductas molestas para el orden. Los adultos desconocen en gran medida los gustos y preferencias de los consumos de los jóvenes. El marco tecnológico, los medios de comunicación en general y el entorno digital en particular, alimentan de un modo voraz este desconocimiento, que se convierte con facilidad en desconfianza y rechazo. Los padres y madres se sienten impotentes, desorientados, ante la irrupción y los avances de las TRIC (Tecnologías de la Relación, Información y Comunicación)
- La mirada desde el conflicto. Educadores, padres y madres, que identifican las situaciones que generan conflicto en el trato con los adolescentes, con adolescentes conflictivos. No señalan la culpa, ni el problema, sino asignan culpables.
- La mirada angustiada, viendo peligros y víctimas por todos los rincones. Cualquier espacio o situación es motivo para preocuparse y sentirse amenazados.
Como indicamos en la tesis, “La creación de un cortometraje: la un proceso de mediación en la promoción de la salud de los adolescentes”, este conjunto de miradas suscita una triple tipología entre padres y madres.
La primera la componen aquellos padres despreocupados por sus hijos, que por motivos varios, conforman la generación de la llave (casi siempre están solos en casa) o generación horizontal (sólo ven a sus hijos dormidos). Son padres que en los pocos momentos que conviven con ellos, no están con ganas de discutir. Por tanto, crecen con escasos límites y referencias en la familia, sin pautados, sin obligaciones.
La segunda tipología está formada por los padres ocupados, preocupados y agobiados por sus hijos. Son todos aquellos que están con ellos, crecen con ellos, intervienen en su educación. Crían y educan. Pero viven con el agobio del día a día, sin saber qué hacer; sintiendo como una pesada losa la diferencia intergeneracional, la presión del grupo de amigos, la presión del ambiente, los titulares de los medios de comunicación.
Por último, los padres ocupados y preocupados, pero no alarmados. Los que viven responsablemente el conflicto del crecimiento de sus hijos, y el suyo propio, con tensión e ilusión; los que buscan espacios de diálogo, los que se sienten interpelados por sus comportamientos, reacciones bruscas, ásperos y largos silencios.
Si abrimos nuestro análisis de los adolescentes, a lo que ocurre entre ellos y el escenario multipantallas, la preocupación y la complejidad aumentan. La relación que se representa en los social media, entre los adolescentes y las pantallas es un intenso claroscuro: víctimas o virtuosos de la seducción tecnológica. Víctimas en sus rincones multipantallas de ver y/o jugar, donde se recluyen o aíslan sumergidos en horas y horas de respiración digital. Se anuncian medidas de control y protección. Peligros que nacen de una visión determinista, que atribuye a la tecnología y sus prótesis una serie de causas y consecuencias, que no valoran ni a los sujetos, ni al contexto, ni a las mediaciones. Adolescentes frágiles porque no tiene defensas, ni estrategias de gestión con el mensaje recibido. Pasivos porque son incapaces de responder e interactuar con el medio.
O virtuosos porque son los “nativos digitales,” “la generación net,” precoces en sus aprendizajes y con una disposición natural para desenvolverse en el nuevo entorno con facilidad y seguridad. Si el cliché de “adolescente-víctima” y “adolescente-virtuoso” funcionan muy bien es porque el canon moral y paternalista, en el primer caso, y mercantilista en el segundo tienen sus intereses. En la medida en que los adolescentes necesitan al padre, estado y su autoridad, se mantiene el sistema (todo igual para que nada cambie). Y en la medida en que lo “nuevo siga siendo lo bueno”, la venta está garantizada.
Los adolescentes, tal y como señalamos en Televisión y adolescentes una mítica y controvertida relación, gestionan su identidad, sexualidad e intimidad en el escenario multipantallas, y conceden una notable importancia al placer social y al placer lúdico. Ambos se encuentran en los espacios no formales, “no educativos”, libres y de ocio; en contraposición a los obligados, marcados por el estudio y las tareas.
El padre Moral y el padre Mercado tasan la capacidad de los jóvenes como seres preadultos que necesitan protección o regalos. Estamos ante una construcción en la que la infancia y juventud son excluidos, (Buckingham, 2002) pues se les considera como los que no son , como los que no han llegado a adultos, porque no han madurado, porque no han conseguido el nivel adquisitivo pertinente. Desde el control y la protección, se les impide ser personas a estos niños y jóvenes pre-sociales .
2. La ventana de la empatía
Nos inspiramos para esta segunda parte en los trabajos ya indicados de Jaume Funes, para hablar de una ventana que nos permite cuatro miradas:
- Ser adolescente es estar en forma, no tener obligaciones, tener menos responsabilidades, ganas de vivir y de fiesta. Ser adulto está unido a las preocupaciones, obligaciones. Para los adultos vivir el momento se interpreta como necesario, obligado e inmediato; para los adolescentes es vivir con intensidad.
- Los adolescentes reclaman momentos de locura, pero requieren ser escuchados. “Se nos tiene poco en cuenta. Piensan que somos pequeños, que todavía no somos adultos”. Entienden que la responsabilidad que tanto exigen los adultos hay que ejercerla, que sólo se decide decidiendo. Si la responsabilidad es la capacidad de elegir y afrontar decisiones, es preferible “equivocarte por ti mismo que por los demás”. Entienden la responsabilidad como entrenamiento, donde el error entra en el guión, y el fracaso no existe. Una práctica que es experimentación y aprendizaje. La adolescencia, y también la juventud, no son etapas para ser responsables, sino para construirse como responsables.
- Esta responsabilidad la buscan y la experimentan desde la diferencia. Más allá de las etiquetas y de las tribus. Se afirman como diferentes, reivindican su singularidad por encima del grupo, aunque el grupo y los amigos son sus vínculos de referencia y pertenencia.
- Para la cultura adulta lo importante es estudiar, para ellos es el ocio. Entienden que en el estudio crecen como intelectuales, pero en el ocio lo hacen como personas. Que lo que les ayuda a crecer, a pensar, y entender las cosas, es estar con los demás, hablar, compartir dificultades y risas, momentos y vivencias, expresarse y convivir. Pueden dejar de estudiar o de trabajar, pero no de relacionarse con los demás. El entorno digital, en una simbiosis que cristaliza en el “off-on”. Es el ecosistema vital de estas edades.
Me siento muy identificada con este post. Me siento privilegiada poder vivir la adolescencia de mi hija, igual que viví la de mi hijo (ahora de 20), como una oportunidad de aprender, de conectar y de tener acceso a una cultura diferente a la mía. Estoy aprendiendo mucho sobre manga y anime, sobre juegos y Snapchat, sobre Panic at the Disco y Fallout Boy, y lo estoy pasando pipa. Es importante nunca olvidar que nosotros también eramos adolescentes, con ilusiones, sueños y frustraciones que se parecían en intensidad a las que viven los jóvenes de hoy. También nos dábamos cuenta que el mundo de los adultos era lejano a nuestras ambiciones. Con lo cual creo que deberíamos respetar e incluso admirar la independencia y rebeldía que demuestran nuestros hijos (siempre que cuidan su salud y su seguridad, claro). Entiendo que a muchos les da miedo lo desconocido. Pero superar ese miedo para profundizar en nuevos intereses y diferentes gustos, abre puertas y estrecha relaciones.
Tres buenas noticias. La primera es que el cerebro es insospechadamente plástico. La segunda que la convivencia con los adolescentes es el mejor entrenamiento para mantener despierto y ágil el cerebro. La tercera nos anuncia (será el próximo post), que ellos son algo más que hormonas. Sumando las tres son muchos motivos para celebrar y esperar.
Si pero ¿quién está educando a nuestros adolescentes?
Muchas gracias por este post. Para quienes tenemos la experiencia con hijos adolescentes, es una invitación para la reflexión. Por esta razón, me gustaría plantear algunas cuestiones que creo que no se tienen en cuenta. Me pregunto cómo podríamos profundizar en el planteamiento: “… para ellos es el ocio”. La dificultad que nos plantea la cultura del ocio o cultura del entretenimiento es que apunta de forma agresiva y anti-ética a la infancia y la adolescencia. Resulta tremendamente difícil transmitir un pensamiento crítico y valores alternativos a nuestros hijos contra la sociedad de consumo y formateo de futuros consumidores de ocio. Por esta razón, como responsable de la crianza de mi hija siempre me he preguntado ¿realmente quién les educa?, ¿hasta qué punto son (somos) libres eligiendo tendencias y preferencias?. Creo que un pensamiento crítico a este respecto es necesario y sobre todo ser conscientes de que lo que nos “venden” como afín a la etapa adolescente, puede ser cuestionado si nos damos cuenta de las grandes influencias mediáticas y culturales. La alternativa al ocio no es el estudio, es la crítica de los adultos a la oferta de consumo de ocio.
Muchas gracias Mara por tu comentario y disculpa la tardanza en contestarte. Como padres y madres, y como educadores, nos resulta difícil hacer la separación entre lo que es su ocio como consumo, y su ocio como interacción. Lo primero precisa esa visión crítica y alternativa que propones. Una afirmación de los valores con los que educamos, en gran medida contrarios a los “valores del consumo”. Para lo segundo, nos tenemos que acercar como adultos, no cargados de prejuicios, sino activados desde el asombro, desde esa mirada de Kafka, que nos permite ver la belleza,y que no nos permite envejecer como educadores. Las interacciones que ellos tienen, sienten, piensan son puentes y puntos de encuentro para nosotros y ellos.